…en aquel instante dejó escapar mi insospechable telequinésico una
frase que ya había oído alguna vez, y me parece que pertenecía a Moliere, dijo on ne meurt qu´une fois, et
c'est pour si longtemps, para luego cabecear denotando su absoluta
desaprobación, no, no había que estar de acuerdo, no había que tragar esas
paparruchas de los literatos, la espléndida máquina del universo
no podía haber sido construida, pues todo, absolutamente todo ha sido
construido, no podía haber sido construida y puesta en movimiento de un
modo gratuito, sin un plan, sin un objeto, y al evocar esas palabras recuerdo
cómo alguna vez, abrumado por la impotencia, fray Miguel Echarri llegó a
pensar que el universo había sido hecho sólo parades concertarnos, y ahora
Tabareau me pedía considerar y sopesar cuidadosamente lo que se proponía
decirme, procurando plasmar en imágenes y colores
cada palabra, pensar en el instante de la muerte, en el instante en
que el hombre, según el lenguaje de aquella secta paracientífica de iniciados,
adscrita a nuestra logia, de que ya hablé, por obra de un insuperable
deterioro se libera del cuerpo denso, de este cuerpo que ha sido el más
fuerte obstáculo para su poder espiritual, que entonces torna a él
en cierta medida, y puede así leer las imágenes en el polo negativo del
éter reflector de su cuerpo vital, donde se halla el asiento de la memoria no
consciente, momento en que toda su vida, pero en orden inverso, vuelve a
desfilar ante sus ojos, y no todos sabemos, en aquel trance, que nos hallamos en
la región etérea del mundo físico, y estamos siendo ya forzados a entrar en el
mundo del deseo, porque se corta el cordón plateado, y sólo llevamos las
fuerzas de vida de un átomo para ser empleadas como núcleo del cuerpo vital en
la futura encarnación, y ese mundo del deseo es un estado de purgación en el
que permaneceremos aproximadamente, en el mejor de los casos, una tercera
parte de nuestros años vividos en el mundo físico, y es mientras nos
encontramos allí, sólo en ese lapso, es decir, antes de elevarnos a mundos
superiores para preparar nuestro retorno, cuando es posible la invocación de
nuestro espíritu desde el mundo de la materia, así que, muerto Federico en
1697, no era muy probable que pudiésemos emplazarlo, salvo que su
fallecimiento hubiese alterado los planes para él fijados dentro del Gran Plan,
en cuyo caso podría haber reencarnado antes de tiempo y, una de dos, o se
hallaba vivo, en posesión de otro cuerpo denso, en alguna parte del planeta, o
podía, más probablemente, haber vivido los años que le hacían falta para
completar su anterior peripecia, en cuyo caso la invocación podría
hacerse sin mayores problemas, contando con que aún fuera factible localizarlo
en las regiones inferiores o purgativas del mundo del deseo, y no ya en las
tres superiores, que conforman el primer cielo y una inaccesible lejanía,
premisas bajo las cuales emprendió Tabareau su apelación al más allá, asió con
fuerza mis manos para crear un campo adecuado de corrientes dentro del cual
resultase a Federico más expedito manifestarse, y llamó, llamó a gritos como si
su voz tuviese que atravesar un océano embravecido, llamó durante largos
minutos sin obtener respuesta, yo decididamente estaba arrepentida de haber
acometido esta empresa extravagante, un frío trepanador, afilado, me
recorría la columna vertebral, y vi a un extraño insecto estrellarse
contra los cristales de la ventana y me estremecí de terror, hasta que, de
pronto, una forma embrionaria, algo como un gas inquieto
y blanquecino, como una llama fría, una nube inmaterial surgió y comenzó a
agitarse en uno de los rincones
de la estancia, la piel del rostro me cosquilleaba ahora, mis ojos parpadeaban
apresuradamente, sentí dormidos los brazos y me asaltó un deseo incontenible de llorar, de hecho emití
un llanto pueril y convulso, vi brillar unos ojos, como esos vivaces ojillos de
los gusanos, en la forma
deleznable que crecía en la sombra,
y advertí de repente que cobraba perfiles y volúmenes, y en tanto Tabareau continuaba gritando el nombre de
Federico Goltar, yo en cambio vi ante mí la imagen, amada pero no por ello menos
intimidante, no de mi joven astrónomo, sino de mi pobre Marie, sí, inquisidores, sí, Bernabé,
tal como lo digo, allí estaba, mirándome con esa mirada con que en vísperas de su muerte
me reprochaba mis solaces con Franz, no pude evitar
el prorrumpir en un corto alarido, traté de zafarme de las manos del
espiritista, pero él me apretó con redoblada fuerza, me costó trabajo
articular palabra para decir a Tabareau
que a su invocación había acudido la persona errada, lo cual parecía él no ignorar en lo más mínimo, pues no apartaba
los ojos del espectro de duro semblante que nos
observaba desde el rincón, así que me pidió callar, acaso intuía ya lo ocurrido,
pero con timbre perentorio, casi
insultante, interrogó al espíritu si en verdad respondía al nombre de Federico Goltar, y el
ectoplasma, con voz lejana que acabó de helarme, contestó que sí, por la altísima
misericordia, sólo que acudía bajo la forma de su última encarnación, que había sido la de
Marie Trencavel o Marie Alcocer, volví a gritar, mi grito vibró en los cristales, ahora lo
comprendía todo, la atracción que Marie y yo sentimos desde el comienzo la una
hacia la otra, su imposibilidad de comunicarse con su familia, el poder melancólico que
irradiaban sus ojos, ese estremecimiento sobrenatural
de su presencia, Marie era Federico, era Federico reencarnado, la tuve tantos años conmigo sin saberlo, sin
apenas sospecharlo, y ahora podía muy bien explicarme
aquel sueño que padecí en Quito, en el cual un Federico sonriente, en medio de un paisaje florido, me señalaba una
inflorescencia de cabezuelas, cada una de las cuales
representaba seguramente una encarnación, y fue sin duda un mensaje que me hizo llegar, en momentos en que poseía
una conciencia plena de su destino, para alertarme
sobre su regreso al mundo material, mensaje que no comprendí porque el hado de mi pobre muchacho tenía que
completarse dolorosamente en aquella segunda vida, durante la cual padeció
amarguras tan brutales como en la primera, entonces me dirigí al fantasma de
Marie y le pedí, por el amor de Dios, que se presentara mejor bajo la
facha de Federico, observé en ella el visaje de una triste sonrisa y vi
evolucionar la gaseosa albura que plasmaba su imagen para, en efecto, ser
primero una mezcla sorprendente de ambos, luego plenamente el joven Goltar,
con esa misma expresión de airado desencanto con que lo vi por última vez
en el Reducto, entonces me habló con ternura, en el silencio encantado y
medroso, me dijo cuánto, Genoveva, nos hicimos sufrir, bien sé que sin
quererlo, cuánto, cuánto, pero ahora no importa, malgastamos las dos
oportunidades que se nos brindaron y ya nuestras futuras vidas, pobre amada
mía, no habrán de cruzarse otra vez, traté de interrumpirlo y de
decirle que las potencias rectoras tendrían que darnos una tercera
oportunidad, pero él, sin escucharme, como dirigiéndose un abscóndito reproche,
porque dos veces se apartó o se vio apartado de ella, siguió diciendo que, en
el universo, todo lo que se aleja de la sexualidad se aproxima a la muerte,
porque en un cosmos que fluye, que fluye sin cesar, que es creatio
continua, nada es rígido e impenetrable, todo es amoroso y divisible, y
angélico es lo humilde, lo intrascendente, lo común, lo gregario, y satánico lo
particular, lo soberbio, lo trascendental, lo único, y si el pecado
es común, gregario, angélico, la virtud será solitaria, desdeñosa,
sensual, demoníaca, palabras que creí comprender mal, le pregunté qué había de
aquélla su idea de un universo creado para la injusticia, idea en la que algún
día creyó encontrar una justificación, sonrió con tristeza, me respondió que
nadie debe vivir pecaminosa y contemplativamente en espera de la gracia, sino conquistando
la justicia mediante la acción, pero mediante una acción que lleve impreso el sello de la eternidad, o sea, de la
inteligencia creadora inagotable, capaz de resolver el enigma del universo,
cuyo arduo rompecabezas radica precisamente en su extrema simplicidad, máxime si pensamos que el
eterno del mundo y la conciencia del hombre son
inseparables y, así, el universo, sin que lo sepamos, se halla contenido
íntegramente en nuestra
conciencia y toda su explicación, en sus engañosos aspectos materiales o espirituales, puede reducirse,
Genoveva, a las ecuaciones diferenciales de la mecánica, dicho lo cual su imagen comenzó a
disolverse en el aire, y advertí que Tabareau tenía el rostro bañado en frío sudor, su
esfuerzo de concentración había sido excesivo, soltó mis manos y dejó que Federico se
desmaterializara para siempre, se derrumbó a renglón seguido en un butacón, yo encendí
alguna luz, y entre acezos me confesó que era, quizás, la más estimulante pero
agotadora de las experiencias que había vivido, pues ratificaba sus creencias y las de
Swedenborg en cuanto a que, para librarnos definitivamente
de las carnaduras materiales, había que descartar la santidad e investirse de inteligencia, pues la
creación, el universo, es una escritura críptica que debemos descifrar antes de llegar a
convertirnos en dioses, estamos escritos en un texto divino donde se confunden pasado y futuro, ya
que, en cierto modo, el futuro ha ocurrido tanto como el pasado, sin que ello deteriore
nuestro libre albedrío, no comprendí, no quise comprender, durante años había deseado
ardientemente que Tabareau me ayudase a comunicarme
con Federico sin saber para qué, y ahora que lo había logrado, la revelación de su identidad con Marie y
las vagas nociones que nos transmitió me parecían tan espantosas como
inútiles, tanto más espantosas cuanto más inútiles, pues permitían
barruntar la existencia de un propósito ulterior para nuestras vidas, pero asimismo la imposibilidad de colocar
conscientemente nuestras vidas al servicio de aquel
propósito, porque cruzábamos como ciegos por un universo cuya simplicidad resultaba incomprensible a nuestras
complejas y virtuosas conciencias, aquella noche no pude dormir y, al día siguiente,
fue como si me levantara en otro mundo, poblado de difíciles sencilleces, mundo de
abominable perfección que sólo pude volver a amar cuando tuve ante mis
ojos, en Marsella, al espejeante Mediterráneo que me abría una nueva ruta hacia la acción humana y
material...
German Espinosa
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