martes, 17 de junio de 2014

Elevación

Elevación

Por encima de estanques, por encima de valles,
De montañas y bosques, de mares y de nubes,
Más allá de los soles, más allá de los éteres,
Más allá del confín de estrelladas esferas,
Te desplazas, mi espíritu, con toda agilidad
Y como un nadador que se extasía en las olas,
Alegremente surcas la inmensidad profunda
Con voluptuosidad indecible y viril.

Escápate muy lejos de estos mórbidos miasmas,
Sube a purificarte al aire superior
Y apura, como un noble y divino licor,

La luz clara que inunda los límpidos espacios.

Detrás de los hastíos y los hondos pesares
Que abruman con su peso la neblinosa vida,
¡Feliz aquel que puede con brioso aleteo
Lanzarse hacia los campos luminosos y calmos!

Aquel cuyas ideas, cual si fueran alondras,
Levantan hacia el cielo matutino su vuelo
-¡Que planea sobre todo, y sabe sin esfuerzo,
La lengua de las flores y de las cosas mudas!

      Charles Baudelaire (Les Fleurs du Mal)

Srimad Bhagavatam 3.29

Capítulo 29. El Señor Kapila Explica el Servicio Devocional.

VERSOS 1-2 — Devahuti dijo: Mi querido Señor, has explicado ya de modo muy científico las características del espíritu y de la naturaleza material total según el sistema de filosofía sankhya. Ahora Te pediré que me expliques el sendero del servicio devocional, que es el fin supremo de todos los sistemas filosóficos.
VERSO 3 — Devahuti continuó: Mi querido Señor, por favor, explica también los pormenores del ciclo continuo del nacimiento y la muerte, pues escuchando acerca de esas calamidades, tanto yo como la generalidad de la gente podremos desapegarnos de las actividades de este mundo material.
VERSO 4 — Por favor, explica también el tiempo eterno, que es una representación de Tu forma, y por cuya influencia la gente en general se ocupa en la ejecución de actividades piadosas.
VERSO 5 — Mi querido Señor, Tú eres como el Sol, pues iluminas la oscuridad de la vida condicionada de las entidades vivientes. Como tienen cerrados los ojos del conocimiento, duermen eternamente en esa oscuridad, sin Tu refugio, y por lo tanto se ocupan en las falsas acciones y reacciones de sus actividades materiales, y parecen estar muy fatigadas.
VERSO 6 — Sri Maitreya dijo: ¡Oh, el mejor entre los Kurus!, el gran sabio Kapila, sintiendo gran compasión y complacido con las palabras de Su gloriosa madre, habló de la siguiente manera.
VERSO 7 — El Señor Kapila, la Personalidad de Dios, respondió: ¡Oh, noble dama!, en función de las cualidades del ejecutor, el servicio devocional se divide en múltiples senderos.
VERSO 8 — El servicio devocional ejecutado por una persona envidiosa, orgullosa, violenta e iracunda, y que sea separatista, se considera bajo la modalidad de la oscuridad.
VERSO 9 — La adoración de Deidades en el templo llevada a cabo por un separatista, cuya motivación es el disfrute material, la fama y la opulencia, es devoción bajo la modalidad de la pasión.
VERSO 10 — La devoción del devoto que adora a la Suprema Personalidad de Dios y Le ofrece los resultados de sus actividades buscando liberarse de las embriagueces de la actividades fruitivas, está bajo la modalidad de la bondad.
VERSOS 11-12 — El servicio devocional sin mezcla se manifiesta cuando la mente del devoto se ve atraída tan pronto como escucha el nombre y las cualidades trascendentales de la Suprema Personalidad de Dios, que reside en el corazón de todos. Como el agua del Ganges, que de modo natural fluye hacia el mar, ese éxtasis devocional fluye hacia el Señor Supremo sin que ningún condicionamiento material lo obstaculice.
VERSO 13 — El devoto puro no acepta ninguna clase de liberación, - salokya, sarsti, samipya, sarupya o ekatva - , ni siquiera si se la ofrece la Suprema Personalidad de Dios.
VERSO 14 — Como he explicado, alcanzando el nivel más elevado del servicio devocional es posible superar la influencia de las tres modalidades de la naturaleza material y quedar situado en el mismo estado trascendental que el Señor.
VERSO 15 — El devoto debe ejecutar sus deberes prescritos, que son gloriosos, sin ganancia material alguna. Sin excesiva violencia, debe ejecutar sus actividades devocionales con regularidad.
VERSO 16 — Regularmente, el devoto debe ver Mis estatuas en el templo, tocar Mis pies de loto, y ofrecer oraciones y artículos de adoración. Debe verlo todo con espíritu de renunciación, desde el plano de la modalidad de la bondad, y ver que toda entidad viviente es espiritual.
VERSO 17 — El devoto puro debe ejecutar servicio devocional ofreciendo el máximo respeto al maestro espiritual y a los acaryas. Debe ser compasivo con los pobres y hacer amistad con sus iguales, y en todas sus actividades debe seguir regulaciones y controlar los sentidos.
VERSO 18 — El devoto debe tratar de escuchar siempre acerca de temas espirituales, y debe emplear siempre el tiempo en cantar el santo nombre del Señor. Su comportamiento siempre debe ser franco y sencillo, y aunque no es envidioso, sino amistoso con todos, debe evitar la compañía de personas que no sean espiritualmente avanzadas.
VERSO 19 — Aquel que posee plenamente todos estos atributos trascendentales, y cuya conciencia, por lo tanto, está completamente purificada, siente una atracción inmediata por Mí con tan sólo escuchar Mi nombre o escuchar acerca de Mis cualidades trascendentales.
VERSO 20 — De la misma manera que el carro del aire transporta un aroma desde su origen y cautiva inmediatamente el sentido del olfato, aquel que se ocupa constantemente en servicio devocional, en el proceso de conciencia de Krishna, puede cautivar al Alma Suprema, que está presente por igual en todas partes.
VERSO 21 — Yo, como Superalma, estoy en todas las entidades vivientes. Si alguien trata indebidamente o no tiene en cuenta a esa Superalma omnipresente, su adoración de la Deidad en el templo es una simple imitación.
VERSO 22 — Aquel que adora a la Deidad de Dios en los templos pero no sabe que el Señor Supremo, como Paramatma, está en el corazón de todas las entidades vivientes, ciertamente está bajo el influjo de la ignorancia, y se le compara con el que ofrece oblaciones a las cenizas.
VERSO 23 — Aquel que Me ofrece respeto a Mí pero tiene envidia de los cuerpos de los demás, siendo por lo tanto un separatista, nunca tendrá la mente en paz, debido a su comportamiento enemistoso hacia las demás entidades vivientes.
VERSO 24 — Mi querida madre, aunque adore con los rituales y los utensilios adecuados, la persona que ignora que estoy presente en todas las entidades vivientes, nunca Me complace con su adoración de Mis Deidades en el templo.
VERSO 25 — Ejecutando sus deberes prescritos, el devoto debe adorar a la Deidad de la Suprema Personalidad de Dios hasta que descubra Mi presencia tanto en su propio corazón como en los corazones de las demás entidades vivientes.
VERSO 26 — Yo soy el ardiente fuego de la muerte que llena de terror a todo el que, considerando las diferencias externas, hace la menor discriminación entre su propia persona y las demás entidades vivientes.
VERSO 27 — En consecuencia, por medio de atenciones y caridad, así como por medio de tratos amistosos y con una visión ecuánime hacia todos, el devoto debe granjearse Mi favor, pues Yo resido en todas las criaturas y soy su mismo Ser.
VERSO 28 — Las entidades vivientes son superiores a los objetos inanimados, ¡oh, bendita madre!, y entre ellas son mejores las que manifiestan signos de vida. Mejores que éstas son los animales con conciencia, y mejores aún son las que tienen percepción sensorial.
VERSO 29 — Entre las entidades vivientes con percepción sensorial, las que tienen sentido del gusto son mejores que las que sólo han adquirido el sentido del tacto. Mejores que ellas son las que tienen sentido del olfato, y todavía mejores son las que poseen sentido del oído.
VERSO 30 — Mejores que las entidades vivientes que pueden percibir el sonido son las que pueden distinguir entre una forma y otra. Mejores que ellas son las que cuentan con grupos de dientes superiores e inferiores, y todavía mejores son las que tienen muchas patas. Mejores que ellas son los cuadrúpedos, y todavía mejores son los seres humanos.
VERSO 31 — Entre los seres humanos, la sociedad que se divide según las cualidades y el trabajo es la mejor, y en esa sociedad los mejores son los hombres inteligentes, a los que se designa con el nombre de brahmanas. Entre los brahmanas, el mejor es el que ha estudiado los Vedas, y entre los brahmanas que han estudiado los Vedas, es mejor el que conoce su verdadero significado.
VERSO 32 — Mejor que el brahmana que conoce el propósito de los Vedas es el que puede disipar todas las dudas, y mejor que él es el que sigue estrictamente los principios brahmínicos. Mejor que éste es el que está liberado de la contaminación material, y aún mejor es el devoto puro, que ejecuta servicio devocional sin esperar recompensa.
VERSO 33 — De modo que, Yo no encuentro persona más grande que aquella cuyo único interés es el Mío y que, por lo tanto, se ocupa en Mi servicio y Me dedica todas sus actividades y toda su vida, es decir, todo, sin interrupción.
VERSO 34 — Ese devoto perfecto ofrece respeto a todas las entidades vivientes, pues tiene la firme convicción de que la Suprema Personalidad de Dios ha entrado en sus cuerpos como Superalma o controlador.
VERSO 35 — Mi querida madre, ¡oh, hija de Manu!, el devoto que pone en práctica de esta manera la ciencia del servicio devocional y el yoga místico, puede alcanzar la morada de la Persona Suprema, simplemente por ese servicio devocional.
VERSO 36 — Ese purusa a quien el alma individual debe dirigirse es la forma eterna de la Suprema Personalidad de Dios, conocida con los nombres de Brahman y Paramatma. Él es la persona principal y es trascendental, y todas Sus actividades son espirituales.
VERSO 37 — El factor tiempo, que provoca la transformación de las manifestaciones materiales, es otro aspecto de la Suprema Personalidad de Dios. Cualquiera que no sepa que el tiempo es la propia Personalidad Suprema, sentirá temor del factor tiempo.
VERSO 38 — El Señor Vishnu, la Suprema Personalidad de Dios, el disfrutador de todos los sacrificios, es el factor tiempo y el amo de todos los amos. Él entra en el corazón de todos, es el sustento de todos, y hace que todo ser sea aniquilado por otro.
VERSO 39 — Para la Suprema Personalidad de Dios no hay nadie querido, ni nadie es Su amigo o enemigo. Pero Él da inspiración a los que no Le han olvidado, y destruye a los que sí lo han hecho.
VERSO 40 — El viento sopla por temor a la Suprema Personalidad de Dios, por temor a Él luce el Sol, la lluvia cae por temor a Él, y por temor a Él irradian su brillo la multitud de astros celestiales.
VERSO 41 — Por temor a la Suprema Personalidad de Dios florecen y dan fruto los árboles, las plantas trepadoras, las hierbas y las plantas y flores de temporada, cada una en su propia estación.
VERSO 42 — Por temor a la Suprema Personalidad de Dios fluyen los ríos y el mar no se desborda. Sólo por temor a Él arde el fuego, y la Tierra, con sus montañas, no se hunde en el agua del universo.
VERSO 43 — Sometido al control de la Suprema Personalidad de Dios, el cielo permite que en el espacio exterior se sitúen todos los planetas, los cuales, a su vez, dan cabida a infinidad de entidades vivientes. Bajo Su control supremo, se expande el cuerpo universal total, con sus siete capas.
VERSO 44 — Por temor a la Suprema Personalidad de Dios, los semidioses directores que se encargan de las modalidades de la naturaleza material cumplen con las funciones de creación, mantenimiento y destrucción; en este mundo material, todo lo animado y lo inanimado está bajo su control.
VERSO 45 — El factor tiempo es eterno, no tiene principio ni fin. Es el representante de la Suprema Personalidad de Dios, el creador del mundo culpable. Él desencadena el fin del mundo fenoménico y prosigue con la función creativa, haciendo que un individuo nazca de otro; asimismo, disuelve el universo, destruyendo incluso a Yamaraja, el señor de la muerte. 

jueves, 26 de septiembre de 2013

El Arte de Amar (Erich Fromm)

Hasta aquí me he referido a las condiciones para la práctica de cualquier arte. Examinaré ahora las cualidades de particular importancia para la capacidad de amar. De acuerdo con lo dicho sobre la naturaleza del amor, la condición fundamental para el logro del amor es la superación del propio narcisismo. En la orientación narcisista se experimenta como real sólo lo que existe en nuestro interior, mientras que los fenómenos del mundo exterior carecen de realidad de por sí y se experimentan sólo desde el punto de vista de su utilidad o peligro para uno mismo. El polo opuesto del narcisismo es la objetividad; es la capacidad de ver a la gente y las cosas tal como son, objetivamente, y poder separar esa imagen objetiva de la imagen formada por los propios deseos y temores. En todas las formas de psicosis hay una incapacidad extrema para ser objetivo. Para el insano, la única realidad que existe es la que está dentro de él, la de sus temores y deseos. Ve el mundo exterior como símbolos de su mundo interior, como su creación. Y todos procedemos de idéntica manera cuando soñamos. En el sueño producimos hechos, ponemos dramas en escena, que constituyen la expresión de nuestros anhelos y temores (aunque algunas veces también de nuestras intuiciones y juicios), y, mientras dormimos, estamos convencidos de que el producto de nuestros sueños es tan real como la realidad que percibimos en el estado de vigilia.
El insano o el soñador carecen completamente de una visión objetiva del mundo exterior; pero todos nosotros somos más o menos insanos, o estamos más o menos dormidos; todos nosotros tenemos una visión no objetiva del mundo, que está deformada por nuestra orientación narcisista. ¿Es necesario dar ejemplos? Cualquiera puede encontrarlos fácilmente observándose a sí mismo, a sus vecinos y leyendo los diarios; varían únicamente en el grado de deformación narcisista de la realidad. Una mujer, por ejemplo, llama al médico, diciendo que quiere visitarlo en su consultorio esa tarde. El médico responde que no tiene tiempo ese día, pero que puede atenderla al día siguiente. La respuesta de la mujer es: "Pero, doctor, vivo sólo a cinco minutos de su consultorio." No puede entender la explicación del médico de que a él no le ahorra tiempo que la distancia sea tan corta. Ella experimenta la situación narcisísticamente: puesto que ella ahorra tiempo, él ahorra tiempo; para ella, la única realidad es ella misma.
Menos extremas -tal vez menos evidentes- son las deformaciones tan comunes en las relaciones interpersonales. ¿Cuántos padres experimentan las reacciones del hijo en función de la obediencia, de que los complazca, les haga hacer un buen papel, y así siguiendo, en lugar de percibir o interesarse por lo que el niño siente para y por sí mismo? ¿Cuántos esposos ven a sus mujeres como dominadoras porque su propia relación con sus madres les hace interpretar cualquier demanda como una limitación de su libertad? ¿Cuántas esposas piensan que sus maridos son ineficaces o estúpidos porque no responden a la fantasía del espléndido caballero que construyeron en su infancia?
En lo que a las naciones extranjeras atañe, la falta de objetividad es más que notoria. De un día para el otro, una nación pasa a ser considerada totalmente depravada y perversa, al tiempo que la propia nación representa todo lo que es bueno y noble. Toda acción del enemigo se juzga según una norma, y toda acción propia según otra. Hasta las buenas obras. realizadas por el enemigo se consideran signos de una perversidad particular con las que se propone engañar a nuestro país y al mundo, en tanto que nuestras malas acciones son necesarias y encuentran justificación en las nobles finalidades que sirven. Es indudable que si examinamos la relación entre las naciones, tanto como entre los individuos, llegamos a la conclusión de que la objetividad es la excepción, y lo corriente una deformación narcisista en mayor o menor grado.
La facultad de pensar objetivamente es la razón; la actitud emocional que corresponde a la razón es la humildad. Ser objetivo, utilizar la propia razón, sólo es posible si se ha alcanzado una actitud de humildad, si se ha emergido de los sueños de omnisciencia y omnipotencia de la infancia.
En los términos de este análisis de la práctica del arte de amar, ello significa: puesto que el amor depende de la ausencia relativa del narcisismo, requiere el desarrollo de humildad, objetividad y razón. Toda la vida debe estar dedicada a esa finalidad. La humildad y la objetividad son indivisibles, tal como lo es el amor. No puedo ser verdaderamente objetivo con respecto a mi familia si no puedo serlo con un extraño, y viceversa. Si quiero aprender el arte de amar, debo esforzarme por ser objetivo en todas las situaciones y hacerme sensible a la situación frente a la que no soy objetivo. Debo tratar de ver la diferencia entre mi imagen de una persona y de su conducta, tal como resulta de la deformación narcisista, y la realidad de esa persona tal como existe independientemente de mis intereses, necesidades y temores. La adquisición de la capacidad de ser objetivo y de la razón, representa la mitad del camino hacia el dominio del arte de amar, pero debe abarcar a todos los que están en contacto conmigo. Si alguien quisiera reservar su objetividad para la persona amada, y cree que no necesita de ella en su relación con el resto del mundo, pronto descubrirá que fracasa en ambos sentidos.
La capacidad de amar depende de la propia capacidad para superar el narcisismo y la fijación incestuosa a la madre y al clan; depende de nuestra capacidad de crecer, de desarrollar una orientación productiva en nuestra relación con el mundo y con nosotros mismos. Tal proceso de emergencia, de nacimiento, de despertar, necesita de una cualidad como condición necesaria: fe. La práctica del arte de amar requiere la práctica de la fe.
¿Qué es la fe? ¿Es la fe necesariamente una cuestión de creencia en Dios, o en doctrinas religiosas? ¿Está inevitablemente en contraste u oposición con la razón y el pensamiento racional? Aun para empezar a comprender el problema de la fe es necesario diferenciar la fe racional de la irracional. Al hablar de fe irracional me refiero a la creencia (en una persona o una idea) que se basa en la sumisión a una autoridad irracional. Por el contrario, la fe racional es una convicción arraigada en la propia experiencia mental o afectiva. La fe racional no es primariamente una creencia en algo, sino la cualidad de certeza y firmeza que poseen nuestras convicciones. La fe es un rasgo caracterológico que penetra toda la personalidad, y no una creencia específica.
La fe racional arraiga en la actividad productiva intelectual y emocional. Constituye un importante componente del pensar racional, en el que se supone que la fe no tiene lugar. ¿Cómo llega un científico, por ejemplo, a un nuevo descubrimiento? ¿Comienza haciendo experimento tras experimento, reuniendo los hechos uno después del otro, sin una visión de lo que espera encontrar? Es excepcional que, un descubrimiento realmente importante se haya hecho de esa manera en cualquier terreno. Ni tampoco ocurre que la gente arribe a conclusiones significativas cuando se limita a perseguir una fantasía. El proceso del pensamiento creador en cualquier campo del esfuerzo humano suele comenzar con lo que podríamos llamar una "visión racional", que constituye a su vez el resultado de considerables estudios previos, pensamiento reflexivo y observación. Cuando un científico logra reunir suficientes datos, o elaborar una fórmula matemática que hace altamente plausible su visión original, puede decirse que ha llegado a una hipótesis de ensayo. Un cuidadoso análisis de la hipótesis, con el fin de discernir sus consecuencias, y la recopilación de datos que la apoyan, llevan a una hipótesis más adecuada y, quizás, eventualmente, a su inclusión en una teoría de amplio alcance.
La historia de la ciencia está llena de ejemplos de fe en la razón y en las visiones de la verdad. Copérnico, Kepler, Galileo y Newton estaban imbuidos de una inconmovible fe en la razón. Por ella Bruno murió quemado en la hoguera y Spinoza sufrió la excomunión. A cada paso, desde la concepción de una visión racional hasta la formulación de una teoría, es necesaria la fe; fe en la visión de una finalidad racionalmente válida que alcanzar, fe en la hipótesis como una proposición probable y plausible, y fe en la teoría final, al menos hasta que se llegue a un consenso general acerca de su validez. Esa fe está arraigada en la propia experiencia, en la confianza en el propio poder de pensamiento, observación y juicio. Al tiempo que la fe irracional es la aceptación de algo como verdadero sólo porque así lo afirma una autoridad o la mayoría, la fe racional tiene sus raíces en una convicción independiente basada en el propio pensamiento y observación productivos, a pesar de la opinión de la mayoría.
El pensamiento y el juicio no constituyen el único dominio de la experiencia en el que se manifiesta la fe racional. En la esfera de las relaciones humanas, la fe es una cualidad indispensable de cualquier amistad o amor significativos. "Tener fe" en otra persona significa estar seguro de la confianza e inmutabilidad de sus actitudes fundamentales, de la esencia de su personalidad, de su amor. No me refiero aquí a que una persona no pueda modificar sus opiniones, sino a que sus motivaciones básicas son siempre las mismas; que, por ejemplo, su respeto por la vida y la dignidad humanas sea parte de ella, no algo tornadizo.
En igual sentido, tenemos fe en nosotros mismos. Tenemos conciencia de la existencia de un yo, de un núcleo de nuestra personalidad que es inmutable y que persiste a través de nuestra vida, no obstante las circunstancias cambiantes y con independencia de ciertas modificaciones de nuestros sentimientos y opiniones. Ese núcleo constituye la realidad que sustenta a la palabra "yo", la realidad en la que se basa nuestra convicción de nuestra propia identidad. A menos que tengamos fe en la persistencia de nuestro yo, nuestro sentimiento de identidad se verá amenazado y nos haremos dependientes de otra gente, cuya aprobación se convierte entonces en la base de nuestro sentimiento de identidad. Sólo la persona que tiene fe en sí misma puede ser fiel a los demás, pues sólo ella puede estar segura de que será en el futuro igual a lo que es hoy y, por lo tanto, de que sentirá y actuará como ahora espera hacerlo. La fe en uno mismo es una condición de nuestra capacidad de prometer, y puesto que, como dice Nietzsche, el hombre puede definirse por su capacidad de prometer, la fe es una de las condiciones de la existencia humana. Lo que importa en relación con el amor es la fe en el propio amor; en su capacidad de producir amor en los demás, y en su confianza.
Otro aspecto de la fe en otra persona refiérese a la fe que tenemos en las potencialidades de los otros. La forma más rudimentaria en que se manifiesta es la fe que tiene la madre en su hijo recién nacido: en que vivirá, crecerá, caminará y hablará. Sin embargo, el desarrollo del niño en ese sentido se produce con tal regularidad que parecería que no es necesaria la fe para estar seguro de él. Algo distinto ocurre con las potencialidades que pueden no desarrollarse: las de amar, ser feliz, utilizar la razón, y otras más específicas, el talento artístico, por ejemplo. Son las semillas que crecen y se manifiestan si se dan las condiciones apropiadas para su desarrollo, y que pueden ahogarse cuando éstas faltan.
De tales condiciones, una de las más importantes es que la persona de mayor influencia en la vida del niño tenga fe en esas potencialidades. La presencia de dicha fe es lo que determina la diferencia entre educación y manipulación. Educación significa ayudar al niño a realizar sus potencialidades.(La raíz de la palabra educación es e-ducere, literalmente, conducir desde, o extraer algo que existía potencialmente.) Lo contrario de la educación es la manipulación, que se basa en la ausencia de fe, en el desarrollo de las potencialidades y en la convicción de que un niño será como corresponde sólo si los adultos le inculcan lo que es deseable y suprimen lo que parece indeseable. No hay necesidad de tener fe en el robot, puesto que tampoco hay vida en él.
La fe en los demás culmina en la fe en la humanidad. En el mundo occidental, esa fe se expresa en términos religiosos en la religión judeo-cristiana, y en lenguaje secular tiene su expresión más poderosa en las ideas políticas y sociales humanísticas de los últimos ciento cincuenta años. Al igual que la fe en el niño, se basa en la idea de que las potencialidades del hombre son tales que, dadas las condiciones apropiadas, podrá construir un orden social gobernado por los principios de igualdad, justicia y amor. El hombre no ha logrado aún construir ese orden, y, por lo tanto, la convicción de que puede hacerlo necesita fe. Pero como toda fe racional, tampoco ésa es una mera expresión de deseos, sino que se basa en la evidencia de los logros del pasado de la raza humana y en la experiencia interior de cada individuo en su propia experiencia de la razón y el amor.
Mientras que la fe irracional arraiga en la sumisión a un poder que se considera avasalladoramente poderoso, omnisapiente y omnipotente, y en la abdicación del poder y la fuerza propios, la fe racional se basa en la experiencia opuesta. Tenemos fe en una idea porque es el resultado de nuestras propias observaciones y nuestro pensamiento. Tenemos fe en las potencialidades de los demás, en las nuestras y en las de la humanidad, porque, y sólo en esa medida, hemos experimentado el desarrollo de nuestras propias potencialidades, la realidad del crecimiento en nosotros mismos, la fuerza de nuestro propio poder y del amor. La base de la fe racional es la productividad; vivir de acuerdo con nuestra fe, significa vivir productivamente. Se deduce de ello que la creencia en el poder (en el sentido de dominación) y en el uso del poder constituye el reverso de la fe. Creer en el poder que existe es lo mismo que creer en el desarrollo de las potencialidades aún no realizadas. Es una predicción del futuro basada únicamente en el presente manifiesto; pero resulta ser un grave error de cálculo, profundamente irracional en su descuido de las potencialidades y el crecimiento humanos. No hay una fe racional en el poder. Hay una sumisión a él o, por parte de quienes lo tienen, el deseo de conservarlo. Si bien para muchos el poder es la más real de todas las cosas, la historia del hombre ha demostrado que es el más inestable de todos los logros humanos. Debido a que la fe y el poder se excluyen mutuamente, todos los sistemas religiosos y políticos que se construyeron originariamente sobre una fe racional, se corrompieron y, eventualmente, pierden la fuerza que pueda quedarles, si sólo confían en el poder o se alían a él.
Tener fe requiere coraje, la capacidad de correr un riesgo, la disposición a aceptar incluso el dolor y la desilusión. Quien insiste en la seguridad y la tranquilidad como condiciones primarias de la vida no puede tener fe; quien se encierra en un sistema de defensa, donde la distancia y la posesión constituyen los medios que dan seguridad, se convierte en un prisionero. Ser amado, y amar, requiere coraje, la valentía de atribuir a ciertos valores fundamental importancia -y de dar el salto y apostar todo a esos valores-.
Ese coraje es muy distinto de la valentía a la que se refirió el famoso fanfarrón Mussolini cuando utilizó el lema "vivir peligrosamente". Su tipo de coraje es el coraje del nihilismo. Está arraigado en una actitud destructiva hacia la vida, en la voluntad de arriesgar la vida porque uno es incapaz de amarla. El coraje de la desesperación es lo contrario del coraje del amor, tal como la fe en el poder es lo opuesto de la. fe en la vida.
¿Hay algo que deba practicarse en relación con la fe y el valor? Indudablemente, la fe puede practicarse a cada momento. Requiere fe criar a un niño; se necesita fe para dormirse, para comenzar cualquier tarea. Pero todos estamos acostumbrados a tener ese tipo de fe. Quien no la posee, sufre enorme angustia por su hijo, por su insomnio, o por su incapacidad para realizar cualquier trabajo productivo; o es suspicaz, se abstiene de acercarse a nadie, o es hipocondríaco o incapaz de hacer planes a largo plazo. Mantener la propia opinión sobre una persona, aunque la opinión pública o algunos hechos imprevistos parezcan invalidarla, mantener las propias convicciones aunque éstas no sean populares: todo eso requiere fe y coraje. Tomar las dificultades, los reveses y penas de la vida como un desafío cuya superación nos hace más fuertes, y no como un injusto castigo que no tendríamos que recibir nosotros, requiere fe y coraje.
La práctica de la fe y el valor comienza con los pequeños detalles de la vida diaria. El primer paso consiste en observar cuándo y dónde se pierde la fe, analizar las racionalizaciones que se usan para soslayar esa pérdida de fe, reconocer cuándo se actúa cobardemente y cómo se lo racionaliza. Reconocer cómo cada traición a la fe nos debilita, y cómo la mayor debilidad nos lleva a una nueva traición, y así en adelante, en un círculo vicioso. Entonces reconoceremos también que mientras tememos conscientemente no ser amados, el temor real, aunque habitualmente inconsciente, es el de amar. Amar significa comprometerse sin garantías, entregarse totalmente con la esperanza de producir amor en la persona amada. El amor es un acto de fe, y quien tenga poca fe también tiene poco amor. ¿Es posible decir algo más acerca de la práctica de la fe? Quizás otro podría hacerlo; si yo fuera poeta o predicador, podría intentarlo. Pero puesto que no soy ni lo uno ni lo otro, no puedo ni siquiera intentar decir algo más sobre la práctica de la fe, pero estoy seguro de que cualquiera realmente interesado puede aprender a tener fe como un niño aprende a caminar.
Una actitud, indispensable para la práctica del arte de amar, que hasta ahora sólo hemos mencionado de modo implícito, debe examinarse explícitamente ahora, pues es funda mental: la actividad. He dicho antes que actividad no significa "hacer algo", sino una actividad interior, el uso productivo de los propios poderes. El amor es una actividad; si amo, estoy en un constante estado de preocupación activa por la persona amada, pero no sólo por ella. Porque seré incapaz de relacionarme activamente con la persona amada si soy perezoso, si no estoy en un constante estado de conciencia, alerta y actividad. El dormir es la única situación apropiada para la inactividad; en el estado de vigilia no debe haber lugar para ella. La situación paradójica de multitud de individuos hoy en día es que están semidormidos durante el día, y semidespiertos cuando duermen o cuando quieren dormir. Estar plenamente despierto es la condición para no aburrirnos o aburrir a los demás -y sin duda no estar o no ser aburrido es una de las condiciones fundamentales para amar-. Ser activo en el pensamiento, en el sentimiento, con los ojos y los oídos, durante todo el día, evitar la pereza interior, sea que ésta signifique mantenerse receptivo, acumular o meramente perder el tiempo, es condición indispensable para la práctica del arte de amar. Es una ilusión creer que se puede dividir la vida en forma tal que uno sea productivo en la esfera del amor e improductivo en las demás. La productividad no permite una tal división del trabajo. La capacidad de amar exige un estado de intensidad, de estar despierto, de acrecentada vitalidad, que sólo puede ser el resultado de una orientación productiva y activa en muchas otras esferas de la vida. Si no se es productivo en otros aspectos, tampoco se es productivo en el amor.
El examen del arte de amar no puede limitarse al dominio personal de la adquisición y desarrollo de las características y aptitudes que hemos descrito en este capítulo. Está inseparablemente relacionado con el dominio social. Si amar significa tener una actitud de amor hacia todos, si el amor es un rasgo caracterológico, necesariamente debe existir no sólo en las relaciones con la propia familia y los amigos, sino también para con los que están en contacto con nosotros a través del trabajo, los negocios, la profesión. No hay una "división del trabajo" entre el amor a los nuestros y el amor a los ajenos. Por el contrario, la condición para la existencia del primero es la existencia del segundo. Comprender esto seriamente sin duda implica un cambio bastante drástico con respecto a las relaciones sociales acostumbradas. Si bien se habla mucho del ideal religioso del amor al prójimo, nuestras relaciones están de hecho determinadas, en el mejor de los casos, por el principio de equidad. Equidad significa no engañar ni hacer trampas en el intercambio de artículos y servicios, o en el intercambio de sentimientos. "Te doy tanto como tú me das", así en los bienes materiales como en el amor, es la máxima ética predominante en la sociedad capitalista. Hasta podría decirse que el desarrollo de una ética de la equidad es la contribución ética particular de la sociedad capitalista.
Las razones de tal situación radican en la naturaleza misma de la sociedad capitalista. En las sociedades precapitalistas, el intercambio de mercaderías estaba determinado por la fuerza directa, por la tradición, o por lazos personales de amor o amistad. En el capitalismo, el factor que todo lo determina en el intercambio es el mercado. Se trate del mercado de productos, del laboral o del de servicios, cada persona trueca lo que tiene para vender por lo que quiere conseguir en las condiciones del mercado, sin recurrir a la fuerza o al fraude.
La ética de la equidad se presta a confusiones con la ética de la Regla Dorada. La máxima "haz a los demás lo que quisieras que te hicieran a ti" puede interpretarse como "sé equitativo en tu intercambio con los demás". Pero, en realidad, se formuló originalmente como una versión popular del "Ama a tu prójimo como a ti mismo" bíblico. Por cierto, la norma judeocristiana de amor fraternal es totalmente diferente de la ética de la equidad. Significa amar al prójimo, es decir, sentirse responsable por él y uno con él, mientras que la ética equitativa significa no sentirse responsable y unido, sino distante y separado; significa respetar los derechos del prójimo, pero no amarlo. No es un accidente el que la Regla Dorada se haya convertido en la más popular de las máximas religiosas actuales; obedece ello a que es susceptible de interpretarse en términos de una ética equitativa que todos comprenden y están dispuestos a practicar. Pero la práctica del amor debe comenzar por reconocer la diferencia entre equidad y amor.
Aquí, sin embargo, surge un importante problema. Si toda nuestra organización social y económica está basada en el hecho de que cada uno trate de conseguir ventajas para sí mismo, si está regida por el principio del egotismo atemperado sólo por el principio ético de equidad, ¿cómo es posible hacer negocios, actuar dentro de la estructura de la sociedad existente y, al mismo tiempo, practicar el amor? ¿No implica lo segundo renunciar a todas las preocupaciones seculares y compartir la vida de los más pobres? Los monjes cristianos y personas tales como Tolstoy, Albert Schweitzer y Simone Weil han planteado y resuelto ese problema en forma radical. Otros (Cf. el artículo de Herbert Marcuse, "The Social Implications of Psychoanalytic Revisionism", Dissent, Nueva York, verano de 1956.) comparten la opinión de que en nuestra sociedad existe una incompatibilidad básica entre el amor y la vida secular normal. Llegan a la conclusión de que hablar de amor en el presente sólo significa participar en el fraude general; sostienen que sólo un mártir o un loco puede amar en el mundo actual, y, por lo tanto, que todo examen del amor no es otra cosa que una prédica. Este respetable punto de vista se presta fácilmente a una racionalización del cinismo. En realidad, es implícitamente compartido por la persona corriente que siente: "me gustaría ser un buen cristiano, pero tendría que morirme de hambre si lo tomara en serio". Este radicalismo resulta un nihilismo moral. Tanto los "pensadores radicales" como la persona corriente son autómatas carentes de amor, y la única diferencia entre ellos consiste en que la segunda no tiene conciencia de serlo, mientras que los primeros conocen y reconocen la "necesidad histórica" de ese hecho.
Tengo la convicción de que la respuesta a la absoluta incompatibilidad del amor y la vida "normal" sólo es correcta en un sentido abstracto. El principio sobre el que se basa la sociedad capitalista y el principio del amor son incompatibles. Pero la sociedad moderna en su aspecto concreto es un fenómeno complejo. El vendedor de un artículo inútil, por ejemplo, no puede operar económicamente sin mentir; un obrero especializado, un químico o un médico pueden hacerlo. De manera similar, un granjero, un obrero, un maestro y muchos tipos de hombres de negocios pueden tratar de practicar el amor sin dejar de funcionar económicamente. Aun si aceptamos que el principio del capitalismo es incompatible con el principio del amor, debemos admitir que el "capitalismo" es, en si mismo, una estructura compleja y continuamente cambiante, que incluso permite una buena medida de disconformidad y libertad personal.
Con esa afirmación, sin embargo, no deseo significar que podemos esperar que el sistema social actual continúe indefinidamente, y, al mismo tiempo, confiar en la realización del ideal de amor hacia nuestros hermanos. La gente capaz de amar, en el sistema actual, constituye por fuerza la excepción; el amor es inevitablemente un fenómeno marginal en la sociedad occidental contemporánea. No tanto porque las múltiples ocupaciones no permiten una actitud amorosa, sino porque el espíritu de una sociedad dedicada a la producción y ávida de artículos es tal que sólo el no conformista puede defenderse de ella con éxito. Los que se preocupan seriamente por el amor como única respuesta racional al problema de la existencia humana deben, entonces, llegar a la conclusión de que para que el amor se convierta en un fenómeno social y no en una excepción individualista y marginal, nuestra estructura social necesita cambios importantes y radicales. Dentro de los límites de este libro, sólo podemos sugerir la dirección de tales cambios. (En mi libro Psicoanálisis de la sociedad contemporánea, México, Fondo de Cultura Económica, 1956, procuré examinar detalladamente ese problema.) Nuestra sociedad está regida por una burocracia administrativa, por políticos profesionales; los individuos son motivados por sugestiones colectivas; su finalidad es producir más y consumir más, como objetivos en sí mismos. Todas las actividades están subordinadas a metas económicas, los medios se han convertido en fines; el hombre es un autómata -bien alimentado, bien vestido, pero sin interés fundamental alguno en lo que constituye su cualidad y función peculiarmente humana-.
Si el hombre quiere ser capaz de amar, debe colocarse en su lugar supremo. La máquina económica debe servirlo, en lugar de ser él quien esté a su servicio. Debe capacitarse para compartir la experiencia, el trabajo, en vez de compartir, en el mejor de los casos, sus beneficios. La sociedad debe organizarse en tal forma que la naturaleza social y amorosa del hombre no esté separada de su existencia social, sino que se una a ella. Si es verdad, como he tratado de demostrar, que el amor es la única respuesta satisfactoria al problema de la existencia humana, entonces toda sociedad que excluya, relativamente, el desarrollo del amor, a la larga perece a causa de su propia contradicción con las necesidades básicas de la naturaleza del hombre. Hablar del amor no es "predicar", por la sencilla razón de que significa hablar de la necesidad fundamental y real de todo ser humano. Que esa necesidad haya sido oscurecida no significa que no exista. Analizar la naturaleza del amor es descubrir su ausencia general en el presente y criticar las condiciones sociales responsables de esa ausencia. Tener fe en la posibilidad del amor como un fenómeno social y no sólo excepcional e individual, es tener una fe racional basada en la comprensión de la naturaleza misma del hombre.


miércoles, 17 de abril de 2013

Borges Apócrifo


6. Feliz el que perdona a los otros y el que se perdona a sí mismo.

9. Bienaventurados los misericordiosos, porque su dicha está en el ejercicio de la misericordia y no en la esperanza de un premio.

10. Bienaventurados los de limpio corazón, porque ven a Dios.

11. Bienaventurados los que padecen persecución por causa de la justicia, porque les importa más la justicia que su destino humano.

17. No odies a tu enemigo, porque si lo haces, eres de algún modo su esclavo. Tu odio nunca será mejor que tu paz.

25. No acumules oro en la tierra, porque el oro es padre del ocio, y éste, de la tristeza y el tedio.

28. Da lo santo a los perros, echa tus perlas a los puercos; lo que importa es dar.

31. No juzgues al árbol por sus frutos ni al hombre por sus obras; pueden ser peores o mejores.

36. Felices los amados y los amantes y los que pueden prescindir del amor.

37. Felices los felices.

jueves, 11 de abril de 2013

EINSTEIN Y LA VERDAD SOBRE DIOS

A continuación voy a compartir con ustedes un hecho verídico, ocurrido en la Universidad de Alemania, a principios del siglo XX.

Durante una conferencia con varios universitarios, un profesor de la Universidad de Berlín propuso un desafío a sus alumnos con la siguiente pregunta:
"¿Dios creó todo lo que existe?"
Un alumno respondió valientemente:
"Sí, Él creó..."
"¿Dios realmente creó todo lo que existe?", preguntó nuevamente el maestro.
"Sí señor", respondió el joven.
El profesor dijo entonces: "Si Dios creó todo lo que existe, ¡Entonces Dios hizo el mal, ya que el mal existe! Y si establecemos que nuestras obras son un reflejo de nosotros mismos, ¡Entonces Dios es malo!"
El joven se calló frente a la respuesta del maestro, que feliz, se regocijaba de haber probado, una vez más, que la fe era un mito.
Otro estudiante levantó la mano y dijo:
-¿Puedo hacerle una pregunta, profesor?
-Lógico
-Profesor, ¿el frío existe?
-¿Pero qué pregunta es esa?... Lógico que existe, ¿o acaso nunca sentiste frío?
El muchacho respondió:"En realidad, señor, el frío no existe. Según las leyes de la Física, lo que consideramos frío, en verdad es la falta de calor. Todo cuerpo u objeto es factible de estudio cuando posee o transmite energía; el calor es lo que hace que este cuerpo tenga o transmita energía. El cero absoluto es la ausencia total de calor; todos los cuerpos quedan inertes, incapaces de reaccionar, pero el frío no existe. Nosotros creamos esa definición para describir de qué manera nos sentimos cuando no tenemos calor."
-Y ¿la oscuridad?-continuó el estudiante.
El profesor respondió: -Existe.
-La oscuridad, en realidad, es la ausencia de luz. La luz la podemos estudiar, ¡La osucuridad no! A través del prisma de Nichols, se puede descomponer la luz blanca en sus varios colores, con sus diferentes longitudes de ondas, ¡La osucuridad no! ¿Cómo se puede saber que tan oscuro está un espacio determinado? Con base en la cantidad de luz.
Finalmente, el joven preguntó al profesor:
-Señor, ¿EL MAL EXISTE?
El profesor respondió: -Como afirmé al inicio, vemos estupros, crímenes, violencia en todo el mundo. Esas cosas son el mal.
El estudiante respondió:
-EL MAL NO EXISTE, señor, o por lo menos no existe por sí mismo. El mal es simplemente la ausencia del bien. De conformidad con los anteriores casos, EL MAL ES UNA DEFINICIÓN QUE EL HOMBRE INVENTÓ PARA DESCRIBIR LA AUSENCIA DE DIOS. Dios no creó el mal. EL MAL ES EL RESULTADO DE LA AUSENCIA DE DIOS EN EL CORAZÓN DE LOS SERES HUMANOS. Es igual a lo que ocurre con el frío cuando no hay calor, o con la oscuridad cuando no hay luz.
¿Saben cuál es el nombre del estudiante, quien demostró que el mal no es creación de Dios, sino su ausencia?
ALBERT EINSTEIN.

viernes, 8 de marzo de 2013

Tejedora de Coronas


…en aquel instante dejó escapar mi insospechable telequinésico una frase que ya había oído alguna vez, y me parece que pertenecía a Moliere, dijo on ne meurt qu´une fois, et c'est pour si longtemps, para luego cabecear denotando su absoluta desaprobación, no, no había que estar de acuerdo, no había que tragar esas paparruchas de los literatos, la espléndida máquina del universo no podía haber sido construida, pues todo, absolutamente todo ha sido construido, no podía haber sido construida y puesta en movimiento de un modo gratuito, sin un plan, sin un objeto, y al evocar esas palabras recuerdo cómo alguna vez, abrumado por la impotencia, fray Miguel Echarri llegó a pensar que el universo había sido hecho sólo parades concertarnos, y ahora Tabareau me pedía considerar y sopesar cuidadosamente lo que se proponía decirme, procurando plasmar en imágenes y colores cada palabra, pensar en el instante de la muerte, en el instante en que el hombre, según el lenguaje de aquella secta paracientífica de iniciados, adscrita a nuestra logia, de que ya hablé, por obra de un insuperable deterioro se libera del cuerpo denso, de este cuerpo que ha sido el más fuerte obstáculo para su poder espiritual, que entonces torna a él en cierta medida, y puede así leer las imágenes en el polo negativo del éter reflector de su cuerpo vital, donde se halla el asiento de la memoria no consciente, momento en que toda su vida, pero en orden inverso, vuelve a desfilar ante sus ojos, y no todos sabemos, en aquel trance, que nos hallamos en la región etérea del mundo físico, y estamos siendo ya forzados a entrar en el mundo del deseo, porque se corta el cordón plateado, y sólo llevamos las fuerzas de vida de un átomo para ser empleadas como núcleo del cuerpo vital en la futura encarnación, y ese mundo del deseo es un estado de purgación en el que permaneceremos aproximadamente, en el mejor de los casos, una tercera parte de nuestros años vividos en el mundo físico, y es mientras nos encontramos allí, sólo en ese lapso, es decir, antes de elevarnos a mundos superiores para preparar nuestro retorno, cuando es posible la invocación de nuestro espíritu desde el mundo de la materia, así que, muerto Federico en 1697, no era muy probable que pudiésemos emplazarlo, salvo que su fallecimiento hubiese alterado los planes para él fijados dentro del Gran Plan, en cuyo caso podría haber reencarnado antes de tiempo y, una de dos, o se hallaba vivo, en posesión de otro cuerpo denso, en alguna parte del planeta, o podía, más probablemente, haber vivido los años que le hacían falta para completar su anterior  peripecia, en cuyo caso la invocación podría hacerse sin mayores problemas, contando con que aún fuera factible localizarlo en las regiones inferiores o purgativas del mundo del deseo, y no ya en las tres superiores, que conforman el primer cielo y una inaccesible lejanía, premisas bajo las cuales emprendió Tabareau su apelación al más allá, asió con fuerza mis manos para crear un campo adecuado de corrientes dentro del cual resultase a Federico más expedito manifestarse, y llamó, llamó a gritos como si su voz tuviese que atravesar un océano embravecido, llamó durante largos minutos sin obtener respuesta, yo decididamente estaba arrepentida de haber acometido esta empresa extravagante, un frío trepanador, afilado, me recorría la columna vertebral, y vi a un extraño insecto estrellarse contra los cristales de la ventana y me estremecí de terror, hasta que, de pronto, una forma embrionaria, algo como un gas inquieto y blanquecino, como una llama fría, una nube inmaterial surgió y comenzó a agitarse en uno de los rincones de la estancia, la piel del rostro me cosquilleaba ahora, mis ojos parpadeaban apresuradamente, sentí dormidos los brazos y me asaltó un deseo incontenible de llorar, de hecho emití un llanto pueril y convulso, vi brillar unos ojos, como esos vivaces ojillos de los gusanos, en la forma deleznable que crecía en la sombra, y advertí de repente que cobraba perfiles y volúmenes, y en tanto Tabareau continuaba gritando el nombre de Federico Goltar, yo en cambio vi ante mí la imagen, amada pero no por ello menos intimidante, no de mi joven astrónomo, sino de mi pobre Marie, sí, inquisidores, sí, Bernabé, tal como lo digo, allí estaba, mirándome con esa mirada con que en vísperas de su muerte me reprochaba mis solaces con Franz, no pude evitar el prorrumpir en un corto alarido, traté de zafarme de las manos del espiritista, pero él me apretó con redoblada fuerza, me costó trabajo articular palabra para decir a Tabareau que a su invocación había acudido la persona errada, lo cual parecía él no ignorar en lo más mínimo, pues no apartaba los ojos del espectro de duro semblante que nos observaba desde el rincón, así que me pidió callar, acaso intuía ya lo ocurrido, pero con timbre perentorio, casi insultante, interrogó al espíritu si en verdad respondía al nombre de Federico Goltar, y el ectoplasma, con voz lejana que acabó de helarme, contestó que sí, por la altísima misericordia, sólo que acudía bajo la forma de su última encarnación, que había sido la de Marie Trencavel o Marie Alcocer, volví a gritar, mi grito vibró en los cristales, ahora lo comprendía todo, la atracción que Marie y yo sentimos desde el comienzo la una hacia la otra, su imposibilidad de comunicarse con su familia, el poder melancólico que irradiaban sus ojos, ese estremecimiento sobrenatural de su presencia, Marie era Federico, era Federico reencarnado, la tuve tantos años conmigo sin saberlo, sin apenas sospecharlo, y ahora podía muy bien explicarme aquel sueño que padecí en Quito, en el cual un Federico sonriente, en medio de un paisaje florido, me señalaba una inflorescencia de cabezuelas, cada una de las cuales representaba seguramente una encarnación, y fue sin duda un mensaje que me hizo llegar, en momentos en que poseía una conciencia plena de su destino, para alertarme sobre su regreso al mundo material, mensaje que no comprendí porque el hado de mi pobre muchacho tenía que completarse dolorosamente en aquella segunda vida, durante la cual padeció amarguras tan brutales como en la primera, entonces me dirigí al fantasma de Marie y le pedí, por el amor de Dios, que se presentara mejor bajo la facha de Federico, observé en ella el visaje de una triste sonrisa y vi evolucionar la gaseosa albura que plasmaba su imagen para, en efecto, ser primero una mezcla sorprendente de ambos, luego plenamente el joven Goltar, con esa misma expresión de airado desencanto con que lo vi por última vez en el Reducto, entonces me habló con ternura, en el silencio encantado y medroso, me dijo cuánto, Genoveva, nos hicimos sufrir, bien sé que sin quererlo, cuánto, cuánto, pero ahora no importa, malgastamos las dos oportunidades que se nos brindaron y ya nuestras futuras vidas, pobre amada mía, no habrán de cruzarse otra vez, traté de interrumpirlo y de decirle que las potencias rectoras tendrían que darnos una tercera oportunidad, pero él, sin escucharme, como dirigiéndose un abscóndito reproche, porque dos veces se apartó o se vio apartado de ella, siguió diciendo que, en el universo, todo lo que se aleja de la sexualidad se aproxima a la muerte, porque en un cosmos que fluye, que fluye sin cesar, que es creatio continua, nada es rígido e impenetrable, todo es amoroso y divisible, y angélico es lo humilde, lo intrascendente, lo común, lo gregario, y satánico lo particular, lo soberbio, lo trascendental, lo único, y si el pecado es común, gregario, angélico, la virtud será solitaria, desdeñosa, sensual, demoníaca, palabras que creí comprender mal, le pregunté qué había de aquélla su idea de un universo creado para la injusticia, idea en la que algún día creyó encontrar una justificación, sonrió con tristeza, me respondió que nadie debe vivir pecaminosa y contemplativamente en espera de la gracia, sino conquistando la justicia mediante la acción, pero mediante una acción que lleve impreso el sello de la eternidad, o sea, de la inteligencia creadora inagotable, capaz de resolver el enigma del universo, cuyo arduo rompecabezas radica precisamente en su extrema simplicidad, máxime si pensamos que el eterno del mundo y la conciencia del hombre son inseparables y, así, el universo, sin que lo sepamos, se halla contenido íntegramente en nuestra conciencia y toda su explicación, en sus engañosos aspectos materiales o espirituales, puede reducirse, Genoveva, a las ecuaciones diferenciales de la mecánica, dicho lo cual su imagen comenzó a disolverse en el aire, y advertí que Tabareau tenía el rostro bañado en frío sudor, su esfuerzo de concentración había sido excesivo, soltó mis manos y dejó que Federico se desmaterializara para siempre, se derrumbó a renglón seguido en un butacón, yo encendí alguna luz, y entre acezos me confesó que era, quizás, la más estimulante pero agotadora de las experiencias que había vivido, pues ratificaba sus creencias y las de Swedenborg en cuanto a que, para librarnos definitivamente de las carnaduras materiales, había que descartar la santidad e investirse de inteligencia, pues la creación, el universo, es una escritura críptica que debemos descifrar antes de llegar a convertirnos en dioses, estamos escritos en un texto divino donde se confunden pasado y futuro, ya que, en cierto modo, el futuro ha ocurrido tanto como el pasado, sin que ello deteriore nuestro libre albedrío, no comprendí, no quise comprender, durante años había deseado ardientemente que Tabareau me ayudase a comunicarme con Federico sin saber para qué, y ahora que lo había logrado, la revelación de su identidad con Marie y las vagas nociones que nos transmitió me parecían tan espantosas como inútiles, tanto más espantosas cuanto más inútiles, pues permitían barruntar la existencia de un propósito ulterior para nuestras vidas, pero asimismo la imposibilidad de colocar conscientemente nuestras vidas al servicio de aquel propósito, porque cruzábamos como ciegos por un universo cuya simplicidad resultaba incomprensible a nuestras complejas y virtuosas conciencias, aquella noche no pude dormir y, al día siguiente, fue como si me levantara en otro mundo, poblado de difíciles sencilleces, mundo de abominable perfección que sólo pude volver a amar cuando tuve ante mis ojos, en Marsella, al espejeante Mediterráneo que me abría una nueva ruta hacia la acción humana y material...



German Espinosa




¿Qué es la locura?






- Crear una realidad sólo para él - repitió Veronika - ¿Qué es la realidad?
- Es lo que la mayoría de gente consideró lo que debía ser. No necesariamente lo mejor, ni lo más lógico, sino lo que se adaptó al deseo colectivo. ¿Ud. ve lo que llevo alrededor del cuello?
- Una corbata.
- Muy bien, su respuesta es lógica y coherente, propia de una persona absolutamente normal "Una corbata".
"Un loco sin embargo diría, que yo tengo alrededor del cuello una tela de colores, ridícula, inútil, atada de una manera complicada, que termina dificultando los movimientos de la cabeza y exigiendo un esfuerzo mayor para que el aire pueda penetrar en los pulmones. Si yo me distrajera estando cerca de un ventilador, podría morir estrangulado por esta tela".
"Si un loco me preguntara para qué sirve una corbata yo tendría que responderle: Para absolutamente nada. Ni siquiera para adornar, porque hoy en día se ha tornado en un símbolo de la esclavitud, del poder, del distanciamiento. La única utilidad de la corbata consiste en llegar a la casa y podérnosla quitar, dándonos la sensación de que estamos libres de algo que no sabemos lo que es".
"¿Pero la sensación de alivio justifica la existencia de la corbata? No. Aun así si yo pregunto a un loco y a una persona normal qué es eso, será considerado cuerdo aquel que responda: "una corbata". No importa quien dice la verdad, importa quien tiene razón".